Publicado en Diario SUR por Javier Melgar
Hace casi 100 años Werner Heisenberg postuló su famoso principio de incertidumbre, el cual a grandes rasgos viene a decir que es imposible conocer la posición exacta de un electrón ya que para saberlo deberíamos usar algún tipo de energía electromagnética, por ejemplo fotones (luz), para poder visualizarlo y he aquí el problema, esta energía alteraría su posición. En resumen, el observador perturba el experimento al mirar.
Desde Newton hasta Einstein, la humanidad estaba tranquila en términos mecanicistas, se podía prever la posición de las estrellas, a qué hora debería llegar el tren o dónde caería un proyectil balístico. Pero llegaron unos locos científicos que necesitaban entrar dentro del átomo para comprender su funcionamiento interno, creándose la mecánica cuántica, la cual recurrió (entre otros muchos recursos matemáticos) a la que entonces era una rama menor de las ciencias exactas, la estadística y la probabilidad. El principio de Heisenberg lo cambió todo, no solo el modelo atómico, también la cultura, la filosofía e incluso la política de su época e influyó grandemente en la nuestra, pasada ya casi la centuria.
Lo que fue Julio Verne en el siglo XIX para el XX fue Isaac Asimov del siglo XX para el XXI. En sus libros sobre ‘La Fundación’ (‘1951: Fundación’; y siguientes) anticipaba una nueva ciencia que él llamaba la psicohistoria en la que basándose en las matemáticas y la física de partículas se podía prever el futuro de la humanidad en porcentajes estadísticos. Una de las variables importantes para la precisión de estas posibilidades de porcentajes casuísticos es que se tomara la mayor cantidad de población disponible, una cantidad pequeña era imprevisible. Asimov también previó Internet, la llamó Enciclopedia Galáctica, almacenada en robots y donde se acumularía todo el saber humano para que no se perdiera.
Entidades tales como Google y Apple tienen las fuentes de datos, los algoritmos y los resultados de cómo piensa y siente la humanidad digital, a saber, aquella que tenga un interfaz hombre-máquina, ya sea un computador, un móvil o una cámara con reconocimiento facial o gestual. Con solo hacer a Google una pregunta, ya comienza a saber a quién vas a votar potencialmente, qué música te gusta o qué coche te comprarías. A las grandes plataformas que observan los trillones de datos que fluyen en la red no les interesa tu opinión como partícula elemental, sino el comportamiento general de la materia, aquí está el negocio, nosotros no usamos Google o Safari gratuitamente, son ellos los que nos necesitan. Hasta aquí me parece honesto este intercambio.
Estas plataformas te ofrecen la Enciclopedia Galáctica a cambio de saber de ti. Los auténticos clientes son los que usarán el conjunto de opiniones, para diseñar el futuro modelo de coche, saber qué canción poner en el próximo anuncio o cuál es tu tendencia política actual. Esta última es la más codiciada y también la más delicada y potencialmente peligrosa. Su inmediatez y frescura es primordial. Los partidos políticos con sus orbitales (asesores o empresas demoscópicas) y obviamente los gobiernos usan los datos ofrecidos por ellas, por un lado para saber sus expectativas de éxito o fracaso, pero mucho más importante las tendencias o curvas de opinión. Estas van a determinar los mensajes, los tantras clave para seducir a los votantes volubles, influenciables. Son pocos respecto al total, pero cruciales para la victoria.
Aquí entramos en la zona perversa, el lado oscuro. En este lado oscuro tenemos una fauna interesante, granjas de clicks, bots, servicios de inteligencia nacionales y algunos regionales, en resumen, generadores de opinión en base a falsedades o medias verdades maquilladas, cuyo fin es inclinar la balanza unos pequeños grados, suficientes para conseguir el poder. Por esto la importancia de la inmediatez y frescura del conocimiento en la tendencia de la opinión da información de lo eficaz de la intoxicación y por ende si ha de reducirse o ampliarse puedes conseguir no solo llegar al poder sino también hacer que lo consiga a quien te conviene geopolíticamente, hundiendo al oponente o simplemente mermándole un leve porcentaje de votos, que podría ser ínfimo pero suficiente.
La mecánica cuántica y el control de lo muy pequeño nos ofrece paralelismos curiosos, con una pequeña cantidad de uranio puedes reventar una ciudad, como unos pocos de votos pueden reventar unas votaciones. Con ambos cambias la historia.
Asimov también mostró en sus novelas que se puede llegar a una oscuridad más profunda si cabe, ahora viable técnicamente. Las grandes plataformas, aunque a priori no les interese tu opinión como elemento unitario, la tienen, y es muy tentador utilizarlos por y para los populismos de cualquier extremo o para los nacionalistas radicales, que no son más que dos caras de la misma moneda, fascismo de la era digital. Esta perversidad cuesta mucho dinero, en juego está nuestra libertad y hay muchos dispuestos a pagar la cantidad que sea necesaria para que la perdamos sin que nos demos cuenta, o cuando lo hagamos sea tarde. ¿Hay antídoto para esta toxina? Lo hay, no es 100% eficaz, como las vacunas, pero paliaría a la mayoría, su composición es el estímulo del pensamiento crítico, el espíritu científico que te obliga a dudar y confirmar, y en dudar sobre todo del que te invita a odiar. Existe un concepto que define la fórmula magistral de la vacuna, la educación, cuyo efecto secundario es muy importante, ser libre.
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