Publicado en Diario SUR por Javier Melgar
Todo en su conjunto -anfitriones, parásitos, vectores y caldo de cultivo- me lleva a una diagnosis: nuestra sociedad tiene el mal del adolescente
Me he saturado de las plataformas digitales esperando nuevos capítulos de alguna serie, entre ellas ‘Space Force’de Steve Carell. Comencé a verla como una comedia sencilla, pero creció mi interés, al apreciar su actualidad e irreverencia, además de tener una soterrada crítica de los EEUU de Trump que no esperaba. Mientras tanto reviso los clásicos y me puse a ver ‘Horizontes Lejanos’, de Anthony Mann, con una actuación magistral de James Stewart. Después de verla, pienso que el film me evoca España, un pasado traumático, tanto que no nos deja salir de la adolescencia hormonal, aun con los 45 bien cumplidos.
Una afección con una patología psicológica como esta, suele dar problemas de afectividad en la época adulta y falta de empatía, ¿les suena?. El guerracivilismo que renace da buena muestra de esta sintomatología. Sí españolito, ‘tenemos helado el corazón’ Si a esta enfermedad le sumamos otra, en este caso somática, la cosa empeora y tenemos como resultado una enfermedad psicosomática, mente y cuerpo. Consiste en una enfermedad zoonótica, que se define como aquella que se transmite de un animal a otro: Un parásito es aquel que depende de otro para obtener un beneficio, a este se le llama anfitrión, el cual, en la mayoría de los casos sufre un perjuicio. Cabe añadir otro actor, que aunque secundario, es importante en la trama. La transmisión zoonótica suele ocurrir mediante un intermediario (vector), que hace el trabajo de difusión. Intuyo que el lector ya lo está esperando; en mi argumentario, la metáfora nos lleva a que los anfitriones somos la sociedad civil y los parásitos, los políticos, pero ¿quiénes son los vectores? Entramos en un abanico de transmisores: ¿Los medios de comunicación?, ¿las redes sociales?, o mejor llamarlas ¿isociales?. Tanto unos como otros se encuentran en un caldo de cultivo grato para ellos. Los medios crean la crispación para que sus anfitriones crezcan, se les llama ‘share’ o en román paladino ‘audiencia’. En las redes isociales, los que destacan son los ‘haters’, cultivadores de odio. Pocas voces, pero que se alzan entre la multitud, enmudecida por estridentes decibelios oscuros.
La red social por antonomasia Facebook, nació en la universidad de Harvard de la mano de Mark Zuckerberg y sus amigos. El núcleo principal del código se basa en mostrar al usuario sus preferencias en las relaciones personales y los gustos culturales, de tal manera que el grado de satisfacción y complacencia agradaría el circuito de recompensa de los cerebros inter-conectados. Esto puede llegar incluso a grados de adicción, no muy lejos de la ludopatía. Esta técnica, tiene un inconveniente: nos frena en las posibilidades de conocer a otras personas diferentes a nosotros, a descubrir nuevas ideas, nuevos puntos de vista; el placer de la sorpresa, merma la curiosidad, la herramienta más poderosa de la humanidad.
Es normal y siempre lo ha sido que busquemos la lectura, la película o el medio de comunicación que nos complace. Es un esfuerzo intelectual leer un periódico con un libro de estilo o una tendencia política lejana a la nuestra. Uno de los problemas es quizás, la pereza en realizar ese esfuerzo, y la pereza impera. En cualquier caso, en lo que podría ser a priori una pretensión de los medios (sobre todo de las redes), abrir y expandir la sociedad, estaría germinándose la paradoja de que se esté dando el efecto contrario, creándose parcelas de confort y dividiendo la tribu.
No pretendo matar al mensajero, los actores protagonistas son los parásitos y los anfitriones. En nuestra sociedad nada es baladí, todo es importante, incluido el cuarto elemento, por el que hemos pasado de soslayo, el caldo de cultivo: la falta de madurez democrática. Todo en su conjunto -anfitriones, parásitos, vectores y caldo de cultivo-me lleva a una diagnosis: nuestra sociedad tiene el mal del adolescente que los psicólogos llaman ‘miopía del futuro’. No existen en la España actual, políticos de Estado y peor aún, la poca política que hay, es cortoplacista, adolescencia febril.
Si con este argumento le duele la cabeza, lea libros sin prejuicios tan a menudo como pueda, evite los ‘haters’ de cada medio diariamente y vote sin las tripas cada 4 años. Para que quede erradicada la enfermedad, el tratamiento (me temo), deberá durar al menos algunas décadas, pero por muy lejos que esté el horizonte, podría haber solución.
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