Publicado en Diario SUR por Jesús Pérez-Lanzac Muela
Nada tiene que ver el liberalismo con el mal llamado neoliberalismo, neologismo que parece referirse al estado actual del desarrollo social, porque está contra toda acumulación de poder que impida o limite el libre ejercicio de los derechos individuales
Es usual en los últimos tiempos hablar del liberalismo sin tener un claro sentido de lo que en realidad significa. Sin embargo, una gran parte de la población española (según el CIS julio 2018, en septiembre 2018 no se hace la pregunta) se declara liberal (10,6%), la tercera opción tras la socialista (14,8%) y conservadora (11,7%). El liberalismo, además de la cualidad y actitud de las personas que son tolerantes y abiertas, es, en el ámbito político, la matriz de las sociedades democráticas avanzadas: derechos y libertades individuales, separación y equilibrio de poderes, intervención mínima del estado en la sociedad civil, primacía de la ley, propiedad privada frente a los poderes absolutos, etc., por lo que es entendible la adscripción al liberalismo de grandes capas de población, con independencia de sus opciones políticas concretas. En España, sin embargo, apenas ha sido políticamente relevante, a pesar de ser cuna de la palabra, y causa de numerosos episodios trágicos en su defensa y de los principios que, por primera vez, los informaron en la Constitución de 1812. Quizás el liberalismo sea, hoy día, transversal, de forma que está presente como corriente dentro de diferentes formaciones políticas, desde el PP, Ciudadanos, PSOE, incluso en la fracción más antiestatista y autogestionaria de Podemos.
Nuevos retos, como la cuarta revolución industrial, la robotización, la rápida movilidad de bienes y servicios, aplicaciones biomédicas avanzadas, movimientos masivos de emigración, etc., exigen respuestas ágiles y eficaces en sociedades abiertas. El liberalismo hoy debe preparar y adecuar los derechos individuales y colectivos para competir, si no subsistir, en la cambiante sociedad mundial. Frente al populismo, que se cierra al futuro como efecto de la globalización, el liberalismo hoy debe proponer la apertura a los nuevos retos manteniendo los principios de libertades, derechos y dignidad individuales bajo el precepto del compromiso cívico con la virtud, su germen inspirador. Corrigiendo desigualdades y evitando la exclusión social, porque no hay libertad si no hay oportunidad de ejercerla (ubi libertas ibi veritas). Nada tiene que ver el liberalismo con el mal llamado neoliberalismo, neologismo que parece referirse al estado actual del desarrollo social, porque está contra toda acumulación de poder que impida o limite el libre ejercicio de los derechos individuales. Y esto es pertinente frente a los monopolios, oligopolios y posiciones dominantes, patologías del libre mercado, que es preciso evitar para un pleno desarrollo de la sociedad civil y de los individuos que la componen. Siempre hay que estar atentos a los riesgos que supone estar bajo el control de grandes corporaciones y del dominio intervencionista del Estado, que ponen en peligro la libertad.
Pero no sólo se es liberal en lo económico, sino en todas las facetas de la vida. Los liberales defendemos el compromiso cívico con la virtud, esto es, la permanente actitud abierta y vigilante, desde la moral y la ética ciudadana de la sociedad civil, frente a las ideologías dominantes, la verdad impuesta por el poder y sus aparatos administrativos y mediáticos y ante los nuevos retos que se avecinan. Así, la libertad de pensamiento, expresión y crítica es un principio que los ciudadanos debemos ejercitar sin miedos. Sin embargo, el ruido y ofuscación de lo mediático, atento sólo a la inmediatez efímera de la noticia, parece haber sustituido al pensamiento y a la discusión de ideas, haciendo difícil el ejercicio de la crítica fundamentada. Y el ejercicio libre y valiente de la crítica es un signo irrenunciable del pensamiento y de la ciencia, sin el cual no se producirían avances en la civilización.
El Club Liberal, reconociendo el talante abierto y la trayectoria de estudio y trabajo en su vida y en su obra de uno de nuestros más fecundos pensadores, ha otorgado su Premio Libertad 1812 a Antonio Escohotado. Porque hay que ser verdaderamente libres para, resistiendo al despropósito del silencio y desmarcándose de lo políticamente correcto, entrar a fondo y a saco en los fantasmas de las ideologías dominantes y producir textos tan proteicos como ‘Los enemigos del comercio (una historia moral de la propiedad)’. Y se da la paradoja de que los tres volúmenes que lo componen, con más de dos mil páginas, se convierten en un éxito de ventas, como su clásica ‘Historia general de las drogas’ tal es el grado y necesidad de conocer la verdad que padecemos. Antonio Escohotado, con una denodada voluntad de saber y la libertad como bandera, se adentra en los vericuetos de las construcciones teóricas para desentrañar sus huecos, saltos y rellenos ideológicos, sin ningún miedo y venciendo los prejuicios de la propia imparcialidad. A lo largo de su vida y fecunda obra ha demostrado en la práctica la distancia e independencia del verdadero estudioso respecto a los poderosos. Es irrelevante que lo consideremos liberal o socialdemócrata, lo importante es que sus cualidades de tolerancia, rigor en el estudio y valentía en tratar el pensamiento hacen que lo consideremos uno de los nuestros, ejemplo de apuesta por la libertad.
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